lunes, 13 de octubre de 2014

AMIGOS


    Hace diez años que él (músico) y él (profesor) no consiguen encontrar, por razones de trabajo –excusa no por inverosímil menos recurrente–, el momento de verse. Él (músico) se ha establecido finalmente en California, donde graba sus discos y planifica sus giras. Él (profesor) se gana la vida en un instituto de provincias y todas las tardes prepara, en la soledad de su despacho, la clase del día siguiente.
     Se citan en un bar de juventud, un local tan mugriento y miserable como cualquier otro, uno de esos abrevaderos que evocan con injustificable nostalgia tiempos felices que nunca lo fueron. Él (músico) llega tarde. Él (profesor) espera con una copa en la mano.
       Llega el momento: se identifican, se saludan, se abrazan, se besan, se preguntan estupideces, se atragantan, gritan, se ríen, callan y vuelven a preguntar. Por fin toman asiento. Él (músico) pide una cerveza e inaugura la conversación. 
       –¡Joder, qué bien te veo, profe! –Le acaricia la mejilla con un gesto rápido. Él (profesor) sonríe–. ¿Cómo te va en el instituto? Ya se sabe que los chavales de hoy en día... 
       –No me puedo quejar –guiña un ojo y bebe un trago–. La verdad es que muy contento con los alumnos y encantado de enseñar, que sabes que siempre ha sido mi vocación –franca sonrisa. Gesto de aprobación de él (músico)–. Pero ¡eres tú el que tiene que contarme cosas, cabrón, que ya me he enterado de que las compañías discográficas se te rifan! Por cierto, mi mujer NO PARA de poner tu último disco en casa –risas de ambos–. ¡Te juro que me tiene torturadito! –Más risas. 
      –Pues qué quieres que te diga... no puedo negar que desde que cambié de productor todo sale como por arte de magia: conciertos todo el año (acabo de terminar en Sudamérica), colaboraciones con los grandes y –pausa inexplicablemente larga– ¡La pasta también se agradece! –Resoplido contenido. Él (profesor) suelta una carcajada histérica.
      La conversación discurre por cauces similares durante hora y media. Después se despiden, se abrazan, se besan, se preguntan estupideces, se atragantan, gritan, se ríen, callan, vuelven a preguntar y se van.
      Él (profesor) vuelve a su hogar en coche. Él (músico) toma el primer vuelo de vuelta a Los Ángeles. Después intentan dormir, el primero espatarrado en su cama desierta, el segundo reclinado en su asiento de clase turista, ambos tratando de olvidar, en un esfuerzo miserable, que envidian profundamente la vida, el trabajo, la alegría, la belleza, la chispa del otro.