jueves, 11 de septiembre de 2014

INSOMNIO


       El hombre al que cada vez que no puede dormir le asaltan las imágenes de sus parejas, sus sucesivas amantes, sus compañeras en definitiva, esas niñas de quince años al principio, cuando todavía el amor era un juego absurdo, niñas rubias un tanto sociópatas, lolitas que jugaban al baloncesto, y más tarde ya mujeres en ciernes al fin y al cabo, esas que a uno le descubren los placeres del sexo, que legítimamente le distancian de los amigos y la familia, o bien mujeres hechas y derechas hace no tanto tiempo, a las que quiso tanto, con todas sus fuerzas, como ésa que le decía que lo suyo era para siempre, que todo iba a salir bien y al final le engañó vilmente con un pintor de tres al cuarto, o aquélla que jamás le correspondió –esto no tuvo importancia, eran unos críos, poetas inconscientes– cuando se enamoró platónicamente, mujeres que se atrincheran en sus recuerdos nocturnos, que los invaden como ladrones de bancos, que configuran nuestra vida más intima, nuestros deseos frustrados, nuestras perdiciones, como ella, a la que ahora le toca el turno de compartir cama con él, ella que duerme a su lado, completamente ajena a su insomnio, a la que querría despertar simplemente para decirle “hey, estoy aquí, estamos aquí y te quiero, pero estas señoritas fantasmales no me dejan dormir contigo”, esa mujer que le recuerda tanto a todas las demás mujeres que han pasado por su vida, esa mujer que también le hiere puntualmente tanto como ellas lo hicieron, a la que nunca acaba de comprender del todo y a la que se imagina como a todas, juntas, reunidas, conversando entre ellas, comentando, por ejemplo, que él la tiene un poco torcida hacia la izquierda (el alma), que tiene muy mal genio, que es un cabezón, pero asimismo que es adorable, tierno, que es un auténtico artista, un creador de belleza, pero todas se van apartando y ella, la última, se queda resignada en una habitación y calla, y entonces el hombre tiene la sensación de que todas se ríen de él, y que tienen derecho a hacerlo porque esos fantasmas le conocen mejor que nadie, a él que en realidad no sabe hacer otra cosa que amar y al que le gustaría besarlas a todas, a todas fusionadas en un mismo cuerpo evanescente, un cuerpo hecho de tiempo continuo, multiforme, completo, ese hombre, como decía, tampoco esta noche conseguirá conciliar el sueño.