jueves, 7 de agosto de 2014

TEJEMANEJES


      Ya casi nadie recuerda a aquel señor que se ocupaba de conseguir un trabajo a todos y cada uno de sus amigos. Con esta fijación tenía que convivir el desgraciado, quizás motivado por la idea de resultar imprescindible a ojos de sus deudores, que en algún momento de sus vidas habrían de devolver –si todo salía según lo previsto– el favor que se les había prestado.
     A lo largo de los años fue colocando, aquí y allá, a un ingeniero técnico, a un profesor de filosofía, a un trabajador social o incluso a un filólogo especializado en la obra poética de Kipling, sin darse apenas cuenta de que su propio empleo como mozo de los recados en una tintorería dejaba mucho que desear. Sus amigos, sensibilizados con su situación, trataron de ayudarle una vez alcanzado el nuevo estatus, pero el señor que se ocupaba de conseguirles un trabajo estaba tan orgulloso de su función que declinaba una y otra vez las ofertas que estos le hacían y, más bien al contrario, se negaba a descansar hasta que ellos hubieran alcanzado mejores (y aún definitivos) trabajos, pues estaba convencido de que no sabrían encontrarlos por sí mismos.
      Cuando el filólogo especializado en la obra poética de Kipling llegó a ministro, el señor que se ocupaba de conseguir un trabajo a todos y cada uno de sus amigos fue despedido de la tintorería. Como le avergonzaba tanto mostrarse desvalido ante sus beneficiarios –que entonces eran ya muchos–, decidió comentar su problema solamente con el filólogo ministro. Éste le ofreció un puesto discreto en la administración y solucionó temporalmente su problema.
   Tras un período de prueba relativamente corto, la falta de preparación del señor que se ocupaba de conseguir un trabajo a todos y cada uno de sus amigos (que sólo tenía experiencia como recadero) se hizo demasiado evidente a ojos de sus superiores y fue destituido del cargo sin miramientos.
       La noticia fue publicada en prensa un lunes y, al cabo de tres días, el filólogo ministro fue llamado a juicio, acusado de tráfico de influencias. Tomando un tentempié en su cafetería habitual, el ingeniero técnico, el profesor de filosofía y el trabajador social concluyen que no se puede ir por la vida haciendo tejemanejes laborales, que la gente no es tonta y el tiempo pone a cada uno en su sitio.