lunes, 4 de agosto de 2014

DE NORIAS


       El señor que está triste compra dos billetes para la noria. Guarda el suyo en un bolsillo interior de su chaqueta y espera a que ella, que acaba de volver del puestecito de algodón de azúcar, le pregunte cuál es la próxima atracción. La noria, dice él mostrándole el boleto. Después hacen cola, él más bien tranquilo, ella entusiasmada. Un tipo con pinta de ex-presidiario les pide las entradas al llegar a la plataforma; todo en orden, les acomoda en uno de los habitáculos y cierra la puerta enrejada. La rueda empieza a girar con un ligero chirrido y en unos segundos están ya arriba. Desde allí pueden ver gran parte de la ciudad, ella señala los edificios más altos. Él asiente divertido, sonríe y dice que le encantan las alturas, que siempre había soñado con estrecharla entre sus brazos. Ella se asusta un poco, duda, pero es obvio que no tiene escapatoria. La mira, no deja de mirarla. Le acaricia la cara, la parte interior de los muslos, desliza la mano derecha como un reptil dentro de sus braguitas. Ella está confusa, le pide que pare. Él acepta la negativa con un suspiro, se excusa diciendo que la ha malinterpretado. Ambos aguardan en silencio el fin del viaje, concentrados en el hipnótico girar del mundo desde la noria.
     Cuando todo termina, el señor que está triste se aleja entre la muchedumbre. Mientras, ella busca a su madre para contarle lo que ha pasado.