jueves, 10 de abril de 2014

ALMACÉN


       Petrus apaga el despertador, se levanta, se viste, desayuna. Petrus acaricia a su perro y sale de casa. Ya en la calle, Petrus se dirige al almacén de libros en el que trabaja, hace una parada en el kiosko de la esquina para comprar el periódico y prosigue su caminata. Llega a las diez en punto de la mañana y, tras saludar a algún compañero (en realidad el único que, como él mismo, se dedica a desembalar cajas con las últimas novedades editoriales) comienza su jornada laboral.
        Petrus abre la primera caja; la que tiene más a mano. Está repleta de ejemplares de una reedición de Los existencialismos: Claves para su comprensión de Pedro Fontán Jubero. Más tarde, sobre las doce del mediodía, Petrus hace una pausa en su trabajo para tomarse un café. Entonces recuerda el curioso título de las docenas de libros que ha estado ordenando pacientemente durante dos horas y decide abandonar su habitual ingestión de prensa en favor de esta lectura imprevista. Tras una grata toma de contacto con el texto, Petrus lee, en la página 30: “Los existencialistas hacen una llamada al hombre singular, a cada ser humano, para que no exista simplemente, para que no lleve una vida anónima, vulgar, inauténtica (...)”. Piensa que es una buena frase y decide apuntarla en su libreta. Una hora más tarde se presenta en el despacho de su jefe, saca un revólver que llevaba escondido en la chaqueta y, sin mediar palabra, le dispara en la cabeza. Después se suicida con el mismo revólver. Son las dos de la tarde.
       Veinticuatro horas antes Petrus sale de trabajar visiblemente irritado. De vuelta a casa intenta aplacar su ira insultando a un colegial esmirriado que le hace perder el equilibrio en una calle estrecha. Una vez en casa prepara un plato sencillo y come. Después echa un vistazo a su correo electrónico y acude a su habitual cita con Cintia. Ambos discuten la posibilidad de una relación a largo plazo. Petrus se despide amargamente de Cintia –le dice que para siempre–, abandona la cafetería en la que se encuentran y se dirige a la librería Cervantes. Allí hojea algunos libros de autores existencialistas, que siempre han sido sus favoritos. Decide comprar un estudio crítico de Pedro Fontán Jubero, ya descatalogado, titulado Los existencialismos: Claves para su comprensión. Llega a casa muy cansado y, sin ánimos para la lectura, envenena a su perro, cena una manzana y se acuesta.
       La noche anterior Petrus tiene serias dificultades para conciliar el sueño: su jefe le ha dicho esa misma mañana que no tiene intención de renovar su contrato. Al día siguiente Petrus se levanta demasiado tarde como para presentarse sin más en su puesto de trabajo y decide telefonear a su amigo Víctor, que siempre le reconforta en los momentos más difíciles. Víctor recomienda a Petrus un libro ya descatalogado, pero que quizás pueda encontrar en alguna librería de segunda mano en las afueras de la ciudad: Los existencialismos: Claves para su comprensión de Pedro Fontán Jubero. Después le convence para que acuda a trabajar, aunque sea tarde, pues opina que quizás su jefe acabará cediendo y que, en todo caso, no todo está perdido. Petrus obedece a su amigo y, una vez en el almacén, se dirige directamente al despacho de su jefe. Allí, éste se reafirma en su postura inicial y le ofrece el finiquito.
       Treinta horas antes Petrus apaga el despertador, se levanta, se viste, desayuna. Petrus acaricia a su perro y sale de casa. De camino al trabajo piensa en su fabulosa relación con Cintia, a la que piensa pedir matrimonio, y se cruza con un colegial esmirriado que le parece la genuina imagen de la vida y de la esperanza. Petrus ensaya una sonrisa forzada y considera incluso la posibilidad de abandonar su afición por las armas de fuego (posible escollo en su relación con Cintia, que no las soporta).