jueves, 20 de febrero de 2014

TÉTANOS


       Nunca tuvo buena suerte el pobre Alfredo, ni en su vida ni en su muerte. La inercia, enésima enemiga suya en una innumerable lista de detractores, terminó con toda futurible expectativa de lujo y gloria para su persona. Dirigíase nuestro amigo, a la carrera, hacia la estación ferroviaria (llegaba tarde) cuando tropezó súbitamente con un inoportuno desnivel del pavimento que, a falta de mejor verdugo, se alió con una absoluta falta de reflejos por parte del propio Alfredo. La caída, colmo de la aparatosidad, inclinó su cabeza en dirección a unos barrotes oxidados que circundaban –por razones de pura seguridad, presumiblemente– el recinto del parlamento autonómico. El impacto de su cráneo contra uno de aquellos barrotes, ligeramente afilado, causó una imparable hemorragia cerebral, así como una brecha considerable (aunque sin mayor trascendencia, si tenemos en cuenta lo anterior). O eso pensaba éste que les relata lo sucedido.
       Ya en el hospital, sus progenitores se interesaron por aspectos más técnicos. Una enfermera les explicó, con suaves palabras, que no había solución, que la vida de su hijo no estaba ya en manos de los médicos sino en las de Dios Todopoderoso. La madre de Alfredo, sin embargo, había escuchado en un programa televisivo matinal algo acerca de la relación del óxido con el bacilo de Nicolaier, y no dudó en preguntar (horrorizada) si cabía la fatídica posibilidad de que su hijo, su queridísimo Alfredo, estuviese enfermo de tétanos. La enfermera, obediente, consultó al sufrido taxista que había transportado al accidentado en su coche. Éste, visiblemente compungido, contestó que sí, que era muy probable que alguno de aquellos barrotes estuviese –al menos parcialmente– oxidado. Como era de esperar, el padre de Alfredo venció su inicial mutismo y terminó por montar en cólera: “¡Qué vergüenza de sanidad tenemos en este país! ¡Pretenderán, los muy indecentes, que enterremos a nuestro hijo sin haberle puesto siquiera la antitetánica!”
       Tras su legítima inyección, Alfredo fue enterrado una tarde de Agosto. Nunca se sabrá, para desconsuelo de sus allegados, si llegó a padecer tan grave enfermedad.