lunes, 27 de enero de 2014

ÉLITE


      Por extraño que parezca, Hombre Azul no se ha visto expuesto en exceso a la lacra de la discriminación. El color de su piel, muy al contrario, le ha servido en multitud de ocasiones como pretexto para entablar singulares relaciones sociales: los pintores de su ciudad han retratado ya su peculiar cromaticidad, los poetas le buscan todavía para inspirarse, y las madres con hijas en edad de merecer no podían dejar de ver en él al meritorio personaje que habría de desposar felizmente a sus princesitas. Si bien es cierto que su infancia transcurrió entre burlas y collejas, no menos cierto es que Hombre Azul gozaba hasta hace poco de un estatus con el que muchos de sus conciudadanos tan sólo podían soñar, y muchos llegaron a considerarlo un referente moral y un modelo a seguir. El problema surgió a raíz de su sonado tropiezo.
     El día D, Hombre Azul, como por descuido, dedicó un gesto levemente recriminatorio a uno de sus vecinos. Parece ser que el sujeto en cuestión acostumbraba colgar la ropa en el tendal exterior sin haberla escurrido previamente y, claro, esto molestaba a Hombre Azul, que se veía forzado a asistir con periodicidad al drama del goteo sobre su colada. El boca-oreja hizo el resto y, desde entonces, nadie se puede explicar cómo pudo llegar a semejantes extremos un ciudadano tan virtuoso como Hombre Azul. Algunos dirán que el vulgo llevaba años esperando una excusa, pero Hombre Amarillo opina que por fin se hace justicia y acoge la noticia con renovada esperanza.